La redacción de esta semana será una narración en la que, como en los relatos mencionados, el protagonista sea un objeto que pasa de mano en mano. Sería interesante que, a la manera de Lázaro de Tormes al contar su experiencia con distintos amos, caracterizaseis a los sucesivos dueños del objeto protagonista de manera crítica, divertida o pintoresca. El relato puede estar escrito en 1ª en 3ª persona.
Redondo como una rueda y rodando mientras pueda , de Antoniorrobles.
Pues, señor, como era el día
de Año Nuevo, Papá Noel trajo muchos juguetes para Botón Rompetacones, para su
hermana Azulita, siempre con su lazo de mariposa en la cabeza, y para las amigas
y los amigos que jugaban por el jardín alrededor del árbol de Noel. Solo era
viejo en la casa el aro que Azulita tenía para recorrer los paseítos curvos de
los parques.
Los niños habían estado
jugando con el balón; las niñas, dando de comer a sus muñecas piedrecitas suaves
y redondas del río, y otros corrían detrás del viejo aro de aquel jardín.
De pronto apareció la madre
por una ventana como un muñeco de guiñol, y les gritó alegremente:
-¡Niños, que ya está el
chocolate en la mesa!
Los chicos corrieron como
gorriones, y al poco rato se hizo el silencio, porque estaban mojando el pan
frito en el chocolate, y llenándose la cara de churretones.
Como el jardín estaba muy
bonito, y el atardecer era precioso, los juguetes de Papá Noel pusiéronse a
hablar; y el balón, con esa voz metálica que tienen los balones de reglamento
cuando botan, exclamó:
-A mí me gusta mucho jugar con
estos niños, pero me pegan cada puntapié...
Entonces una muñeca, con voz
como de flor, les dijo:
-Pues yo me pasaría todo el
día jugando con Azulita y sus amigas.
Y ya puestos a conversar,
todos dijeron al viejo aro:
-Anda, cuéntanos tu vieja
historia, que será muy curiosa. Nosotros somos nuevos, y no tenemos ninguna
historia que contar...
Todos los juguetes hicieron
corro alrededor, y el aro empezó así:
-Yo he nacido en este jardín,
y cerquita, muy cerquita de una rosa que tenía un perfume maravilloso.
-¡Ay!, ¿y cómo tuviste un
nacimiento tan romántico?
-Pues porque nací de un libro
que estaba leyendo Azulita en el jardín; yo era el punto de una «i», en
un libro de cuentos de Grimm.
-¿Tan chiquitito eras?
-Tan chiquitito y redondito.
Luego aumenté un poco más de tamaño, y era una «o» minúscula en un
libro de cuentos de Perrault.
Pero como seguía ascendiendo, llegué a ser una «O» mayúscula en un
mapa-mundi que Azulita tenía en su cuarto de estudio. Yo era la «O» del
Océano. Entonces me pasó una cosa: que de tanto estar en el mar, cogí reuma y
cambié de profesión; como era un poquito mayor, me hice anillo; pero no una
sortija de esas de mucho lujo que les gustan a los señorones y a los salvajes,
sino un sencillo anillo de boda; de modo que me emplearon en la boda de una tía
de Azulita Rompetacones, que se casaba con un heroico militar al que le faltaba
una pierna que se dejó en las guerras malditas.
Fui feliz unos días; pero
seguí creciendo, y una tarde, cuando menos lo pensaba, me escurrí de su dedo, me
caí en un charquito de lluvia, y no me pudieron encontrar.
-Y qué ¿te volvió a dar reuma?
-preguntó un polichinela de juguete, que era un poco burlón.
-No, pero con tanta agua me
puse blanducho y los que me encontraron, no sabiendo qué hacer conmigo, me
emplearon como anillo de goma para los paraguas.
Me tocó ir con un señor
filósofo: uno de esos sabios distraídos que se dejan el paraguas en casa los
días de lluvia y lo sacan a la calle los días de Sol; uno de esos sabios que en
sus conversaciones con otros caballeros aburren mucho a los niños y a los
juguetes. Así es que me cansé y una vez que pude escapar salí rodando, rodando,
rodando, y me metí en una tienda de juguetes. ¡Vivan los niños!
Cuando me vieron tan
redondito, en seguida me dieron empleo; me pusieron en el cartel del precio de
un caballo de cartón que costaba diez pesetas. Yo era el cero. Pero seguí
creciendo, y una vez que se rompió la rueda de un carrito, me pusieron a mí en
su lugar, porque estaba del mismo tamaño que la rueda sana.
Mucho me gustaba correr por el
cristal del mostrador cuando alguien venía a comprar juguetes; pero no cesaba mi
crecimiento. Y llegó un instante en que el carro cojeaba por las dos ruedas
desiguales. Cojeaba mejor que aquel heroico capitán que se casó con la tía de
Azulita. Y viendo entonces los de la tienda que yo podía llegar a ser un aro a
poco más que creciese, me guardaron en el almacén, y cuando me vieron de buen
tamaño me sacaron a la venta.
Sucedió entonces que llegó el
día de Santa Azulita, patrona de las palomas; quisieron los padres de la niña
comprarle un juguete; entraron, y como Azulita reconoció que yo era quien había
nacido en su jardín, me compraron... y aquí estoy.
-¡Qué historia tan divertida!
-dijo una de las muñecas-. ¿Y vas a seguir siendo aro toda la vida?
-¡Ca! Soy redondo y seguiré
rodando; quiero ser rueda del timonel de un barco; o rueda de avión, o de
automóvil. O de carro de labrador, que así no será todo viajes de
entretenimiento.
-¿Y a ti no te gustaría
-preguntó el balón, que era un poco ampuloso y si seguía creciendo había pensado
ser planeta-; a ti no te gustaría, cuando seas mayor, llegar a ser un anillo de
Saturno, o de alguno de esos astros que andan por el cielo?
-¡De ninguna manera! ¿Y yo qué
sé si en Saturno hay niños, o nacen todos con barbas y paraguas, como aquel
sabio de la Filosofía?... Yo quiero ir a un sitio donde haya muchos chicos y
muchas chicas.
-¿Y qué has pensado?
-preguntaron con curiosidad los nuevos juguetes de Papá Noel.
Entonces el aro
respondió:
-Pues he pensado ser, he
pensado ser... la pista redonda de un circo; del circo donde los perros den los
saltos más graciosos y los payasos se caigan los golpes más divertidos; del
circo donde salgan los caballitos más chiquitines y los instrumentos musicales
más extraños. Y allí, cuando vea reír y reír a mi alrededor a todos los niños de
la ciudad: a los hijos del médico y a los del albañil, a los del cartero y a los
del arquitecto, a los de la maestra y a los de la portera, a los de los
comerciantes y a los de los pescadores, ¡a todos, a todos!; cuando yo vea reír a
todos los niños de la ciudad a mi alrededor, entonces seré el redondel más feliz
del Mundo entero.
Esto dijo el viejo aro de
Azulita Rompetacones. Y cuando terminó su historia, los nuevos juguetes que
había colgado Papá Noel de su árbol, aplaudieron con alegría, bien seguros de
que en aquella casa todos iban a ser felices, hasta que se cayeran a pedazos, ya
de viejos.
El chelín de plata, de Hans Christian Andersen
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