En el fragmento de Rebeldes, de Susan E. Hinton, que vamos a leer a continuación, el narrador protagonista, un chico de catorce años que vive en un barrio pobre del East Side de Nueva York, describe uno a uno a los componentes de su pandilla.
Vosotros realizaréis un trabajo similar:
una descripción de vuestra pandilla, que puede ser real o inventada. Han de
describirse cuatro personas, aunque si alguien desea añadir más puede hacerlo.
Para escribirla, fijaos en cómo
están organizadas las descripciones. Todas
ellas reúnen rasgos físicos y de carácter (prosopografía y etopeya). Lo
importante no es describir muchos rasgos, sino escoger los que sean realmente
significativos en una persona. Notad, además, que los actos cotidianos que
realizan, sus aficiones y habilidades, el atuendo o las circunstancias familiares,
pueden servir para definir mejor al personaje. Además, el narrador aporta
apreciaciones personales en cada una de las descripciones. Pero, sobre todo, no
olvidéis que es muy importante la selección:
hay que escoger los rasgos que mejor caractericen a cada uno, sin incluir ese
género de información anodina y aburrida que no aporta nada. Mucho mejor será
elegir unas pocas cualidades claras y determinantes que hacer una descripción
demasiado exhaustiva.
Comenzad por un breve párrafo
introductorio y continuad directamente con cada personaje, como en el ejemplo:
Nuestra
pandilla había perseguido a los socs hasta su coche y los habíaN apedreado.
Volvieron corriendo a donde estábamos -cuatro tíos duros y flacos-. Eran
todos duros como rocas, no había más que verlos. Yo había crecido con ellos,y
me aceptaban pese a ser más joven porque era el hermano menor de Darry y Soda
y sabía mantener la boca cerrada.
Steve
Randle tenía diecisiete años; era alto y flaco, con un pelo espeso y grasiento
que llevaba peinado en complicados rizos. Era un tío chulo, agudo y el mejor
amigo de Soda desde que dejó la escuela. Su especialidad eran los coches. Era
capaz de quitar un tapacubos más deprisa y haciendo menos ruido que cualquier
otro del barrio, pero también conocía los coches de arriba abajo y por delante
y por detrás, y sabía conducir cualquier cosa con ruedas. Él y Soda trabajaban
en la misma gasolinera - Steve por horas y Soda todo el día-, que tenía, por
cierto, más clientes que cualquier otra en la ciudad. Quizá fuera porque Steve
era tan bueno con los coches o porque Soda atraía a las chicas como la miel a
las moscas, no sabría decírtelo. Me gustaba Steve sólo por ser el mejor amigo
de Soda. Yo no le hacía ni pizca de gracia, pensaba que era un perrito faldero
y un crío. Soda siempre me llevaba con ellos cuando iban por ahí, siempre que
no fuesen con chicas, y eso a Steve le fastidiaba. No era culpa mía: Soda siempre
me llamaba, no era yo quien se lo pedía. Soda no piensa que soy un crío.
Two-Bit
Matthew era el más viejo de la panda y el mayor bromista de todos. Medía uno
noventa más o menos, bastante robusto, y estaba muy orgulloso de sus largas
patillas color rojo oxidado. Tenía los ojos grises y una ancha sonrisa, y no
podía dejar de hacer comentarios divertidos ni aunque le fuese en ello. Era
imposible hacerle callar, siempre se las arreglaba para decir sus dos paridas.
De ahí el apodo. Hasta los profesores olvidaron que su verdadero nombre era
Keith, y nosotros apenas si recordábamos que alguna vez lo hubiese tenido. La
vida era una enorme broma para Two-Bit. Era famoso por su habilidad para mangar
en las tiendas y por su faca de cachas negras ( que no podría haber adquirido
sin ese primer talento), siempre andaba de bromas y cachondeo con los polis. En
realidad no podía evitarlo. Todo cuando decía era tan irresistiblemente
divertido que pura y simplemente tenía que hacer que la bofia se enterase,
aunque sólo fuera para iluminar sus aburridas vidas. (Así al menos es como me
lo explico) Le gustaban las peleas, las rubias y, por alguna insondable razón,
la escuela. A los dieciocho aún seguía en el instituto y nunca había aprendido
nada. A mí me gustaba mucho porque nos hacía reír de nosotros mismos tanto como
de otras cosas. Me recordaba a Will Rogers, quizá por la sonrisa.
Si
tuviese que elegir al verdadero personaje de la pandilla, me quedaría con
Dallas Winston, Dally. Antes me gustaba dibujar su estampa cuando andaba
cabreado, porque podía plasmar su personalidad con unos pocos trazos. Tenía
cara de duende, con pómulos muy salientes y mentón huidizo, dientes pequeños y
afilados, como de animal, y orejas como las de un lince. De tan rubio, tenía el
pelo casi blanco, y no le gustaba cortárselo, así como tampoco la gomina, de
manera que le caía en mechones sobre la frente y en crenchas por detrás, y se
le rizaba tras las orejas y en el cogote. Tenía ojos azules, resplandecientes
como el hielo y fríos de aborrecimiento por el mundo entero. Dally había pasado
tres años en la parte más salvaje de Nueva York y había estado en el talego a
la edad de diez años. Era más duro que el resto de nosotros, más duro, más
frío, más mezquino. La sombra de diferencia que distingue a un greaser de un
Hood no existía en Dally. Era tan bestia como los chicos de los suburbios, como
la banda de Tim Shepard.
En
Nueva York, Dally se desfogaba en peleas callejeras, pero aquí las bandas
organizadas son una rareza; no hay más que grupillos de amigos que se juntan y
la guerra tiene lugar entre clases sociales. Una riña, cuando se arma de veras,
suele nacer de una pelea por rencor a la que los contendientes van con sus
amigos. Bueno, sí que hay por aquí algunas bandas con nombre, como los Reyes
del Río y los Tigres de la Calle Tíber, pero aquí, en el suroeste, no hay rivalidad
entre bandas. Así que Dally, aunque a veces tenía la oportunidad de meterse en
peleas de las buenas, no odiaba nada en especial. Ninguna banda rival. Sólo los
socs. Y contra ellos no se puede ganar, ni por mucho que lo intentes, porque
son ellos quienes tienen todas las ventajas a su favor. Y si ni siquiera
zurrarlos va a cambiar los hechas. Quizá por eso Dallas era tan amago.
Tenía
lo que se dice toda una reputación. Estaba fichado en la comisaría. le habían
arrestado, se emborrachaba, participaba en los rodeos, mentía, hacía trampas,
robaba, atracaba a borrachos, pegaba a los niños pequeños... de todo. No me
gustaba, pero era listo y había que respetarle.
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