domingo, 3 de febrero de 2013

17. MI PANDILLA


En el fragmento de Rebeldes, de Susan E. Hinton, que vamos a leer a continuación, el narrador protagonista, un chico de catorce años que vive en un barrio pobre del East Side de Nueva York, describe uno a uno a los componentes de su pandilla.

Vosotros realizaréis un trabajo similar: una descripción de vuestra pandilla, que puede ser real o inventada. Han de describirse cuatro personas, aunque si alguien desea añadir más puede hacerlo.

Para escribirla, fijaos en cómo están organizadas las descripciones. Todas  ellas reúnen rasgos físicos y de carácter (prosopografía y etopeya). Lo importante no es describir muchos rasgos, sino escoger los que sean realmente significativos en una persona. Notad, además, que los actos cotidianos que realizan, sus aficiones y habilidades, el atuendo o las circunstancias familiares, pueden servir para definir mejor al personaje. Además, el narrador aporta apreciaciones personales en cada una de las descripciones. Pero, sobre todo, no olvidéis que es muy importante la selección: hay que escoger los rasgos que mejor caractericen a cada uno, sin incluir ese género de información anodina y aburrida que no aporta nada. Mucho mejor será elegir unas pocas cualidades claras y determinantes que hacer una descripción demasiado exhaustiva.

Comenzad por un breve párrafo introductorio y continuad directamente con cada personaje, como en el ejemplo:

Nuestra pandilla había perseguido a los socs hasta su coche y los habíaN apedreado. Volvieron corriendo a donde estábamos -cuatro tíos duros y flacos-. Eran todos duros como rocas, no había más que verlos. Yo había crecido con ellos,y me aceptaban pese a ser más joven porque era el hermano menor de Darry y Soda y sabía mantener la boca cerrada.

Steve Randle tenía diecisiete años; era alto y flaco, con un pelo espeso y grasiento que llevaba peinado en complicados rizos. Era un tío chulo, agudo y el mejor amigo de Soda desde que dejó la escuela. Su especialidad eran los coches. Era capaz de quitar un tapacubos más deprisa y haciendo menos ruido que cualquier otro del barrio, pero también conocía los coches de arriba abajo y por delante y por detrás, y sabía conducir cualquier cosa con ruedas. Él y Soda trabajaban en la misma gasolinera - Steve por horas y Soda todo el día-, que tenía, por cierto, más clientes que cualquier otra en la ciudad. Quizá fuera porque Steve era tan bueno con los coches o porque Soda atraía a las chicas como la miel a las moscas, no sabría decírtelo. Me gustaba Steve sólo por ser el mejor amigo de Soda. Yo no le hacía ni pizca de gracia, pensaba que era un perrito faldero y un crío. Soda siempre me llevaba con ellos cuando iban por ahí, siempre que no fuesen con chicas, y eso a Steve le fastidiaba. No era culpa mía: Soda siempre me llamaba, no era yo quien se lo pedía. Soda no piensa que soy un crío.

Two-Bit Matthew era el más viejo de la panda y el mayor bromista de todos. Medía uno noventa más o menos, bastante robusto, y estaba muy orgulloso de sus largas patillas color rojo oxidado. Tenía los ojos grises y una ancha sonrisa, y no podía dejar de hacer comentarios divertidos ni aunque le fuese en ello. Era imposible hacerle callar, siempre se las arreglaba para decir sus dos paridas. De ahí el apodo. Hasta los profesores olvidaron que su verdadero nombre era Keith, y nosotros apenas si recordábamos que alguna vez lo hubiese tenido. La vida era una enorme broma para Two-Bit. Era famoso por su habilidad para mangar en las tiendas y por su faca de cachas negras ( que no podría haber adquirido sin ese primer talento), siempre andaba de bromas y cachondeo con los polis. En realidad no podía evitarlo. Todo cuando decía era tan irresistiblemente divertido que pura y simplemente tenía que hacer que la bofia se enterase, aunque sólo fuera para iluminar sus aburridas vidas. (Así al menos es como me lo explico) Le gustaban las peleas, las rubias y, por alguna insondable razón, la escuela. A los dieciocho aún seguía en el instituto y nunca había aprendido nada. A mí me gustaba mucho porque nos hacía reír de nosotros mismos tanto como de otras cosas. Me recordaba a Will Rogers, quizá por la sonrisa.

Si tuviese que elegir al verdadero personaje de la pandilla, me quedaría con Dallas Winston, Dally. Antes me gustaba dibujar su estampa cuando andaba cabreado, porque podía plasmar su personalidad con unos pocos trazos. Tenía cara de duende, con pómulos muy salientes y mentón huidizo, dientes pequeños y afilados, como de animal, y orejas como las de un lince. De tan rubio, tenía el pelo casi blanco, y no le gustaba cortárselo, así como tampoco la gomina, de manera que le caía en mechones sobre la frente y en crenchas por detrás, y se le rizaba tras las orejas y en el cogote. Tenía ojos azules, resplandecientes como el hielo y fríos de aborrecimiento por el mundo entero. Dally había pasado tres años en la parte más salvaje de Nueva York y había estado en el talego a la edad de diez años. Era más duro que el resto de nosotros, más duro, más frío, más mezquino. La sombra de diferencia que distingue a un greaser de un Hood no existía en Dally. Era tan bestia como los chicos de los suburbios, como la banda de Tim Shepard.

En Nueva York, Dally se desfogaba en peleas callejeras, pero aquí las bandas organizadas son una rareza; no hay más que grupillos de amigos que se juntan y la guerra tiene lugar entre clases sociales. Una riña, cuando se arma de veras, suele nacer de una pelea por rencor a la que los contendientes van con sus amigos. Bueno, sí que hay por aquí algunas bandas con nombre, como los Reyes del Río y los Tigres de la Calle Tíber, pero aquí, en el suroeste, no hay rivalidad entre bandas. Así que Dally, aunque a veces tenía la oportunidad de meterse en peleas de las buenas, no odiaba nada en especial. Ninguna banda rival. Sólo los socs. Y contra ellos no se puede ganar, ni por mucho que lo intentes, porque son ellos quienes tienen todas las ventajas a su favor. Y si ni siquiera zurrarlos va a cambiar los hechas. Quizá por eso Dallas era tan amago.

Tenía lo que se dice toda una reputación. Estaba fichado en la comisaría. le habían arrestado, se emborrachaba, participaba en los rodeos, mentía, hacía trampas, robaba, atracaba a borrachos, pegaba a los niños pequeños... de todo. No me gustaba, pero era listo y había que respetarle.

Johnny Cade era el último y el poquita cosa. Si puedes imaginarte un muñeco que ha sido vapuleado demasiadas veces y que está perdido entre una muchedumbre de extraños, ahí tienes a Johnny. Era el más joven, aparte de mí, y más pequeño que el resto, de complexión ligera. Tenía grandes ojos negros en una cara oscura, bronceada, el pelo era negrísimo y lo llevaba engominado, peinado hacia un lado, pero lo tenía tan largo que le caía a chorretones sobre la frente. Tenía una mirada nerviosa, suspicaz, y la paliza que le dieron los socs no le vino nada bien. Era la mascota de la banda, el hermano pequeño de todos. Su padre estaba siempre venga a pegarle, y su madre no le hacía ni caso excepto cuando estaba jorobada por algo, y entonces se la oía berrearle con toda claridad desde nuestra casa. Creo que odiaba más eso que las palizas. Si no hubiéramos estado allí, se habría escapado de casa un millón de veces. De no haber sido por la pandilla, Johnny nunca habría conocido qué son el amor y el afecto.

 

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