domingo, 28 de abril de 2013

27. UN INTRUSO

Tras el diálogo teatral, escribiremos un texto narrativo que incluya un diálogo, aunque este debe ser predominante en el relato. El tema será más o menos el siguiente: el narrador, en primera o tercera persona, llega a su casa y descubre a un intruso en su lugar. Le pregunta qué hace ahí y este le contesta que está en su propia casa, qúe es él quien debe dar explicaciones. Queda en vuestras manos la resolución: si el intruso miente o no; si se trata o no de un ser real; si hay una solución lógica para el problema... También el estilo: realista, fantástico, humorístico, de terror, surrealista…

Hay que recordar muy bien que en un texto narrativo el diálogo va introducido por el narrador, que comenta a veces las intervenciones de los interlocutores. Cada una de las intervenciones en estilo directo de cada participante en el diálogo se escribe en párrafo aparte, precedido de un guion. Si en el transcurso de una intervención el narrador interrumpe el diálogo para comentar algo, debe acotarse el discurso del narrador entre dos guiones, para no confundirlo con las palabras del personaje.
Para tener un ejemplo que nos recuerde las convenciones que acabo de explicar, vamos a leer “El amor que no podía ocultarse”, relato de Enrique Jardiel Poncela.
 

domingo, 21 de abril de 2013

26. ENCERRONA

La redacción que vais a hacer esta semana será una pieza teatral breve. Las convenciones de este tipo de escrito las conocéis ya. Después del título habéis de escribir la lista de personajes, en mayúscula, y posteriormente, con letra cursiva, indicar en las acotaciones los elementos básicos de tiempo, lugar y características de los personajes necesarios para poder imaginar la escena. Luego comienzan los diálogos; delante de cada intervención irá escrito el nombre del personaje en letra mayúscula, sin guion previo. Recuerda que NO HAY NARRADOR; si tenéis que hacer aclaraciones hay que incluirlas entre paréntesis y en cursiva, para así, mediante el tipo de letra, poder distinguir bien el texto A (el de la historia) del texto B (el de la representación, las acotaciones).

En cuanto a la historia, debe de tener de dos a cuatro personajes. Estos han de ser personas muy diferentes, que no se conozcan muy bien, que se encuentran, por alguna circunstancia, encerrados en un lugar por un determinado tiempo, el que dura la representación, que acabará con la liberación (...o no). El novio de una chica, su exnovio y la madre de la misma chica se quedan atrapados en el ascensor; un profesor y un alumno se quedan encerrados en la clase; en un vagón de tren se quedan parados en medio de la nieve cuatro personajes dispares: una artista de circo, una señora chapada a la antigua, un suicida y un testigo de Johová... En fin; el límite está en vuestra imaginación. ¿Qué saldrá de ese encierro forzoso? Seguro que algo impensable.

Os dejo una obra de teatro en la que dos personajes, una anciana y un joven, conversan en la sala de espera de un médico:


La consulta.- Ángel Camacho Cabrera

 

Personajes:

DOÑA ENCARNITA

EL JOVEN

UNA ENFERMERA

UN PACIENTE.

 

Nos hallamos en la sala de espera de una consulta médica. No nos llama la atención el mobiliario, porque lo compone, como casi siempre: un tresillo de escay, unas cuantas sillas, una mesita con revistas muy manoseadas. En las paredes, algunos cuadros con reproducciones litográficas de escaso valor comercial. Un plafón de cristal en el techo, desde el que se esparce la luz por la estancia. En uno de los sillones vemos a una anciana que, mientras espera ser recibida por el doctor, se entretiene en hacer punto. Ella sí nos llama poderosamente la atención, ¡y de qué manera!

 

Se trata de una viejecita que representa menos edad de la que realmente tiene, edad que no nos es posible adivinar, aunque nos lo propusiéramos, por muchas razones. Una de ellas podría ser el abigarrado estampado de su vestido, donde sobre un fondo negro y  de enormes hojas verdes de parra, sobresalen y se entrelazan grandes flores rosas y violetas; otras, los coquetones chapotes de coloretes en sus mejillas, después de cuidadosamente empolvadas; o también, ¿por qué no?, el rabioso carmín de sus labios… ¿Y qué me dicen ustedes de su pelo teñido de color azafrán recién vitalizado, estofado y peinado en su reciente visita a la peluquería?

  

Su cuerpo menudo aparenta fragilidad; sin embargo, no deja de sorprender la rapidez de sus manos en el manejo de las agujas…Nos da la impresión de que se siente muy a gusto y cómoda, como, si en lugar de encontrarse en la fría sala de espera de una consulta médica, estuviese en el confortable salón de su casa. Su rostro irradia simpatía… Es una de esas señoras ancianas que caen bien, así, a simple vista, aunque no sabemos, a ciencia cierta, lo que resultará a la persona que acaba de entrar en este preciso momento.

           

El recién llegado es un hombre relativamente joven, delgado y algo tímido. ¡Ah!, y demasiado aprensivo, como luego veremos…

 

EL JOVEN: Buenas tardes.

DOÑA ENCARNITA: Buenas tardes, joven.

EL JOVEN: ¿Es usted la última?

DOÑA ENCARNITA: Le penúltima. El último es usted, que acaba de entrar. Pero, si tiene prisa, le dejo colarse.

EL JOVEN: ¡Oh, no, no, de ninguna manera!

DOÑA ENCARNITA: Si a mí no me importa… De veras que no me importa ni tanto así.

EL JOVEN: No, no, señora, muchas gracias.

DOÑA ENCARNITA: No hay de qué. (Después de un breve silencio) ¿De verdad que no quiere?

EL JOVEN: ¿Qué…?

DOÑA ENCARNITA: Colarse…

EL JOVEN: Se lo agradezco mucho, pero…

DOÑA ENCARNITA: (Interrumpiéndole) Pero si en las consultas médicas todo el que puede se cuela…

EL JOVEN: Yo prefiero guardar mi turno, y usted, señora, está primero.

DOÑA ENCARNITA: ¡Bravo, muchacho, así me gusta! No se tropieza una todos los días con jóvenes así, tan educados, y mucho menos en las consultas donde se ve cada caso… Porque, créame, hay gentes que no respetan lo más mínimo la enfermedad del prójimo, como si una viniera aquí a pasar el rato… Que una cosa es aprovecharlo como yo, haciendo punto, y otra bien distinta es perderlo estúpidamente… La última vez que vine, que fue la semana pasada, terminé una colcha de matrimonio. Hoy mismo he iniciado este suéter y mire, mire por donde lo llevo ya… En dos consultas más la acabo… ¿Y usted qué hace?

EL JOVEN: ¿Yo?

DOÑA ENCARNITA: Sí, usted. ¿Qué hace usted en las consultas para entretenerse?

EL JOVEN: Bueno… esperar.

DOÑA ENCARNITA: ¿Esperar sólo?

EL JOVEN: A veces leo.

DOÑA ENCARNITA: No me diga que esas porquerías. Yo no he visto mayores porquerías que las revistas que ponen los médicos para entretener a sus pacientes… Chismorreos y más chismorreos… Y si fueran los últimos… Pero no, chismorreos de antes de la guerra. Figúrese que entre esas revistas, hay una con la noticia de cuando (Cita a un personaje popular) cumplió veinticinco años… ¡No ha llovido nada desde entonces!... Y a propósito, joven, ¿qué pasa este año que no llueve? Ni una gota, ni una miserable gota… No me extraña que cada vez haya más enfermos… Si al menos lloviera se limpiaría la atmósfera…. Y las calles, ¿usted se ha fijado qué sucias están las calles?... Mejor es que no se fije, porque le va a dar asco caminar por ellas… Pero como no llueve… ¿Por qué cree usted que no llueve?... Ya sé lo que me va a decir… Por las bombas atómicas y todo eso… ¡No me extrañaría nada!... Vamos, yo estoy casi segura de que es por esos artefactos del demonio…. ¡Segurísima!... Yo me acuerdo, cuando pequeña, que todos los años por estas fechas llovía, ¡y de qué manera! Pero lo que es ahora. Oiga, ni una miserable gota… ¿usted cree que la atmósfera se estará secando?

EL JOVEN: La verdad, yo…

DOÑA ENCARNITA: No, no hace falta que me lo diga. Yo sé que usted piensa lo mismo: que la atmósfera se está secando. Y no se extrañe que aparezcan las epidemias y todas  esas cosas horribles…

EL JOVEN: Sí, señora, tiene usted razón.

DOÑA ENCARNITA: Sin la menor duda, joven, sin la menor duda.

EL JOVEN: ¿Sabe si ha llegado el doctor?

DOÑA ENCARNITA: Está atendiendo a un enfermo. Por cierto, tenía una cara espantosa.

EL JOVEN: ¿El enfermo?

DOÑA ENCARNITA: No, el doctor. Alguna vez los médicos también se pondrán malos, ¿no?... Lo encontré palidísimo… Aunque, mirándolo bien, usted tampoco tiene muy bien color que digamos.

EL JOVEN: ¿Usted… cree?

DOÑA ENCARNITA: ¿Por qué ha venido a la consulta?

EL JOVEN: Hace días que me duele la garganta.

DOÑA ENCARNITA: ¿Ha dicho la… garganta?

EL JOVEN: Sí.

DOÑA ENCARNITA: ¿Seguro que es la garganta?

EL JOVEN: Seguro.

DOÑA ENCARNITA: Entonces es que seguramente le duele la garganta. ¿Y sabe por qué le duele? Por la falta de lluvia, ni más ni menos. Oiga, ¿cuántos días hace que le duele la garganta?

EL JOVEN: Dos o tres… cuatro, quizás…

DOÑA ENCARNITA: Trate de recordar los días exactos. No es lo mismo si el dolor le empezó hace dos días que hace cuatro o cinco, no es lo mismo…

EL JOVEN: Creo que más bien cuatro…

DOÑA ENCARNITA: ¿Cuatro? Como a mi sobrina Loli… Porque a mi sobrina la cosa le empezó igual que a usted, con un simple dolorcito de garganta… Fue el año pasado, por esta misma época, en la que tampoco llovía… Al principio no le hizo caso a ese dolorcito, y cuando se dio cuenta, era víctima de la epidemia. Y como este año, por desgracia, la volvemos a padecer…

EL JOVEN: ¿A qué se refiere?

DOÑA ENCARNITA: ¿A qué va a ser? ¡A la epidemia!

EL JOVEN: Yo no he oído decir nada de epidemias.

DOÑA ENCARNITA: ¿En serio?... Pero si siempre pasa lo mismo, cuando no llueve… ¿Por qué se extraña entonces? ¿Trata de engañarme?

EL JOVEN: ¡No, por Dios!

DOÑA ENCARNITA: Porque si trata de engañarme, para no asustarme, tengo que decirle que estoy vacunada y que, por lo tanto, no tengo ningún temor al contagio… conque, si ha agarrado el virus, o el virus le ha agarrado a usted, que para el caso es lo mismo, no se preocupe por mí que estoy inmunizada.

EL JOVEN: ¿El virus? ¿Qué virus?

DOÑA ENCARNITA: El virus que aparece cuando la atmósfera se seca.

EL JOVEN: Pero si yo sólo tengo un dolor de garganta…

DOÑA ENCARNITA: ¿Sólo? Apuesto lo que quiera a que también le duele la cabeza…

EL JOVEN: Le aseguro que…

DOÑA ENCARNITA: (Sin dejarle hablar) No me asegure nada, porque no voy a creerle… A usted le duele la cabeza, pero no quiere confesarlo; cuando un dolor de cabeza no tiene la menor importancia, salvo que sea un dolor de cabeza especial, claro… Como los dolores que le daban a mi sobrina Loli… ¡Y cómo se quejaba la pobrecita! Se  levantaba  con ellos y se acostaba con ellos… ¡Aquellos malditos dolores no la dejaban en paz!... Le empezaban por la coronilla… y le llegaban hasta la frente… ¡Para volverse loca!... (Pausa breve) ¿De verdad, joven, que no le duele la cabeza?... Concéntrese, concentre toda la atención en su cabeza… Y ahora respóndame, ¿le duele o no le duele?... ¡Dígalo, dígalo, dígalo sin miedo!...

EL JOVEN: Pues sí… me parece que me está empezando a doler un poco…

DOÑA ENCARNITA: ¡Lo que a mí se me escape! Nada más verlo, pensé: a este joven le duela la cabeza. Si tuviera por aquí alguna aspirina…Pero no, lo mejor será que le recete el médico… Ya verá cómo le pone un buen tratamiento y esos dolores le desaparecen en un periquete. Ya lo verá… Claro que… a mi sobrina Loli el tratamiento dejó mucho que desear… y los dolores se le pasaron después desde la frente hasta la médula… No debe tratarse del mismo caso, porque a usted la médula no le duele, ¿verdad?

EL JOVEN: No…

DOÑA ENCARNITA: Tortícolis. Seguro que es tortícolis… (Pause breve) ¿Y si no fuera tortícolis?... Cuando durmió anoche, ¿sabe si colocó bien la cabeza?

EL JOVEN: Supongo que sí.

DOÑA ENCARNITA: Y la cabeza, ¿le está doliendo mucho?

EL JOVEN: Un poquito.

DOÑA ENCARNITA: Haga un poco de ejercicio y ya verá como se le pasa. Trate de girar el cuello hacia la izquierda, poco a poco… Eso… Más despacio… Muy bien… Ahora haga lo mismo hacía la derecha… Des-pa-cio… Repítalo ahora… Hacía la izquierda… Muy bien… A la derecha… Perfecto… Ahora hacia atrás… Fíjese cómo lo hago yo… Venga, ¿a qué espera?... Más atrás… Estupendo… Ahora hacia delante… Despacito, no tenga prisa… Y por último haga girar el cuello como si fuera un molinete… Muy bien… Dígame, ¿le sigue doliendo?

EL JOVEN: No, no me duele lo más mínimo.

DOÑA ENCARNITA: ¡Pues no se fíe!, no se fíe, porque, cuando menos lo espere, ¡zas!, le vuelve a doler… Pero, mientras no se llene de morados…

EL JOVEN: ¿Morados? ¿Qué clase de morados?

DOÑA ENCARNITA: ¿A usted no le ha salido ninguno?

EL JOVEN: Sí, tengo uno.

DOÑA ENCARNITA: ¿Detrás de una oreja?

EL JOVEN: En el tobillo.

DOÑA ENCARNITA: Se lo haría jugando al fútbol.

EL JOVEN: A lo mejor… (Reaccionando) ¡Pero si yo no juego al fútbol!

DOÑA ENCARNITA: Habrá tropezado con algo.

EL JOVEN: No, que yo recuerde.

DOÑA ENCARNITA: Pues sí que es casualidad… ¡Pero qué casualidad!... Bueno, bueno, no se preocupe, que los morados ya se sabe, a veces salen así, sin más ni más… (Pausa corta) Oiga…

EL JOVEN: ¿Sí?

DOÑA ENCARNITA: Y ese morado... ¿le salió antes o después de los dolores de garganta, de los que me habló al principio?

EL JOVEN: Más o menos.

DOÑA ENCARNITA: Déjese de ambigüedades… Haga un esfuerzo y recuerde si fue antes o después… Es importante…

EL JOVEN: Antes.

DOÑA ENCARNITA: ¿Antes?

EL JOVEN: No, no, después.

DOÑA ENCARNITA: ¿Seguro que fue después?

EL JOVEN: Sí, si, seguro.

DOÑA ENCARNITA: ¡Uy, uy, uy, uy!

EL JOVEN: ¿Por qué dice uy, uy, uy, uy?

DOÑA ENCARNITA: ¿He dicho eso?

EL JOVEN: Sí, señora. Usted acaba de decir, uy, uy, uy.

DOÑA ENCARNITA: Pues si lo acabo de decir es porque lo dije.

EL JOVEN: ¿Y ese… uy, uy, uy, uy… qué significado tiene?

DOÑA ENCARNITA: ¿Significado?... Ninguno… ¿Qué significado puede tener… uy, uy, uy, uy?

EL JOVEN: Por el tono.

DOÑA ENCARNITA: ¿El tono?

EL JOVEN: Sí, verá… Usted dijo… (Remedando)¡Uy, uy, uy!

DOÑA ENCARNITA: ¿Así, con ese tono?... Pues, ¿sabe lo que le digo, joven?, que ese tono no me gusta nada. ¿Usted no se molesta, si le pido que me enseñe el morado?

EL JOVEN: ¿Cómo voy a molestarme? (Se sube el pantalón) Dígame, señora, ¿qué le parece?

DOÑA ENCARNITA: ¡Un señor morado! ¡Qué barbaridad!... Y por aquí tiene otro…

EL JOVEN: ¿Otro?

DOÑA ENCARNITA: Ah, no, no, tranquilícese… No es un morado, sino un rosetón de pelo… A propósito, ¿no se ha dado cuenta de cómo se le han empezado a caer los pelos de esta pierna? A lo peor en la otra le pasa igual… ¿Me permite?... Lo que me temía… ¡Pero qué desastre!... ¿Es que usted no se mira las piernas?

EL JOVEN: No, la verdad…

Doña Encarnita: Hijo, pues no las tiene tan feas… Que yo he visto cada pierna de hombre por ahí, que da una risa… Pero las suyas me preocupan… ¿Y sabe por qué? Porque a mi sobrina Loli le pasó igual.

EL JOVEN: ¡Su sobrina Loli tenía pelos como los míos en las piernas?

DOÑA ENCARNITA: No, hombre, a ella se la caían de la cabeza. Verá: a unos se les cae de la cabeza, a otros de las piernas y a otros… ¡Vaya usted a saber!

EL JOVEN: ¿Y usted cree que esto de mis piernas puede ser grave?

DOÑA ENCARNITA: No sé qué decirle… El otro día vi un programa en la tele, ése de “Más vale prevenir”… Supongo que usted verá la tele…

EL JOVEN: A veces…

DOÑA ENCARNITA: Dígame una cosa: cuando lleva un ratito viéndola, ¿no le bailan puntitos brillantes alrededor de la pantalla?

EL JOVEN: Sí.

DOÑA ENCARNITA: ¿Sí?

EL JOVEN: ¡Sí, de varios colores!

DOÑA ENCARNITA: ¿Cómo si fueran estrellitas?

EL JOVEN: Sí, sí, como estrellitas.

DOÑA ENCARNITA: Mi sobrina también los veía.

EL JOVEN: ¡Nooo!

DOÑA ENCARNITA: ¡Sííí! Y usted, por supuesto, no se le ha ocurrido darles ninguna importancia, ¿verdad?

EL JOVEN: No… Yo siempre he creído que los puntitos o las estrellitas las veía antes de quedarme dormido delante del televisor. (Pausa breve) Señora... ¿usted cree que eso es malo?

DOÑA ENCARNITA: ¿Lo de quedarse dormido delante del televisor? ¡Qué va, hijo, qué va! ¡Nos pasa a todos! Y volviendo a los puntitos, me dijo que los ve de colores…

EL JOVEN: Exactamente.

DOÑA ENCARNITA: Predomina el lila…

EL JOVEN: Con amarillos…

DOÑA ENCARNITA: ¿Algún azulito?

EL JOVEN: Sí, ¿cómo lo sabe?

DOÑA ENCARNITA: Que al mezclarse con los amarillos, forman tonos de color verde…

EL JOVEN: Verde vejiga…

DOÑA ENCARNITA: Ahí quería llegar. ¿Qué tal le funciona?

EL JOVEN: ¿El televisor?

DOÑA ENCARNITA: No, hombre, no, la vejiga.

EL JOVEN: Pues…

DOÑA ENCARNITA: (Sin dejarle hablar) ¿Cuándo orinó la última vez?

EL JOVEN: Al salir de casa.

DOÑA ENCARNITA: Y ahora, ¿no tiene ganas?

EL JOVEN: No sé…

DOÑA ENCARNITA: De todos modos, si tiene ganas, ¿quiere un consejo? ¡Aguante!, que no es bueno, higiénico ni saludable, ir haciendo pis en cualquier sitio, ¡de ninguna manera! Porque, infecciones aparte, como en casita… ¡Aaaahhhh! ¡Qué alivio! cuando una llega apurada y se sienta… ¿A usted, joven, no le pasa igual?

EL JOVEN: Bueno, yo lo hago de pie…

DOÑA ENCARNITA: Que todavía no se le han hinchado.

EL JOVEN: ¿Cómo dice?

DOÑA ENCARNITA: Los pies…

EL JOVEN: No…

DOÑA ENCARNITA:¡Menos mal!... (Pausa breve) ¿Tampoco le pican?...

EL JOVEN: ¿Se refiere a los pies?... No…

DOÑA ENCARNITA: Un escozorcito…

EL JOVEN: ¿Un escozorcito?

DOÑA ENCARNITA: Sí, todo empieza por un escozorcito… Apuesto lo que quiera, a que usted también siente ese escozorcito…

EL JOVEN: Pues…

DOÑA ENCARNITA:¿A que sí?... ¿A que sí?... ¿Sí?...

EL JOVEN: Sí, parece que siento un escozorcito…

DOÑA ENCARNITA:¿No se lo decía yo? Pero, hombre de Dios, ¿qué va a hacer?

EL JOVEN: Perdone que me quite los zapatos.

DOÑA ENCARNITA:¡No se le ocurra rascarse!

EL JOVEN: ¡No puedo evitarlo! ¡Si supiera cómo me pican!

DOÑA ENCARNITA:¡Por el amor de Dios, no se rasque de esa manera!

EL JOVEN: ¡No puedo evitarlo! ¡No puedo evitarlo!

DOÑA ENCARNITA:¡No haga eso, que a mi sobrina, por hacer lo mismo que usted está haciendo, se le pusieron los pies como botijos!

EL JOVEN: ¿Y qué quiere que haga, si de repente me están ardiendo?

DOÑA ENCARNITA:¿Pero no ve que se está haciendo daño? ¿Quiere que le diga una cosa? A  mi sobrina, por rascarse, le salió además una úlcera, así de gorda…

EL JOVEN: ¿Una úlcera?

DOÑA ENCARNITA:¡Mejor dos, una en cada pie! ¿Eso es lo que quiere?

EL JOVEN: Pero si me pican como demonios. ¿Conoce algún remedio que pueda aliviarme?… Por favor…

DOÑA ENCARNITA: Eso se lo dirá el médico, ¡Por cuánto yo recetarle nada! ¡Faltaría más!...Pero…pero mi sobrina se aliviaba con… (Se calla)

EL JOVEN: ¿Con qué?.... ¿Con qué?

DOÑA ENCARNITA: No sé… no sé si debo decírselo…

EL JOVEN: Por favor…

DOÑA ENCARNITA:¿Y si el médico se enfada después?

EL JOVEN: Por favor… ¿con qué se aliviaba su sobrina?

DOÑA ENCARNITA: Con un preparado que yo misma le hacía.

EL JOVEN: ¿Qué clase de preparado?

DOÑA ENCARNITA: Si me promete dejar de rascarse se lo digo.

EL JOVEN: Se lo prometo.

DOÑA ENCARNITA:¿De verdad?

EL JOVEN: De verdad.

DOÑA ENCARNITA:¡Júremelo!

EL JOVEN: ¡Se lo juro!

DOÑA ENCARNITA: Póngase los zapatos.

EL JOVEN: Ya me los pongo, ya me los pongo.

DOÑA ENCARNITA: Muy bien… El caso es que no sé si yo voy a acordarme de la receta… Mmmm… Sí, me parece que sí… Yo siempre he gozado de buena memoria… En el colegio  me decían que tenía una memoria privilegiada… Y en la Universidad fui el asombro de mis catedráticos.

EL JOVEN: Sí, sí, pero la receta… ¡Dígamela!

DOÑA ENCARNITA:¿Usted tiene buena memoria? Se lo pregunto, porque si no toma nota, no sé si va a recordarla después.

EL JOVEN: Lo intentaré.

DOÑA ENCARNITA: Bueno… En un recipiente de barro se meten dos tazas de azúcar… un kilo de miel… un paquete de margarina vegetal… Se mezcla todo muy bien y se le echa corteza de limón… trescientos gramos de coco rallado… un litro de leche fresca, mixturada con medio paquete de leche en polvo y una lata de leche condensada… se le añade un cuarto litro de ron caliente… (Se calla) Me parece que me falta algo… ¡Ah, sí!, dos plátanos fritos machacados… Se revuelve bien y se mete en el horno durante hora y media… Después se saca  y se deja enfriar…

EL JOVEN: ¿Y se lo untaba en los pies?

DOÑA ENCARNITA:¿En los pies? ¡Oh, no!, se lo untaba en sendas rebanadas de pan tostado en los desayunos y meriendas… ¿Qué tal anda de apetito?

EL JOVEN: ¡Falta!, apenas un juguito.

DOÑA ENCARNITA: O sea: que siente inapetencia.

EL JOVEN: Sí.

DOÑA ENCARNITA:¿Desde que le empezaron los dolores de garganta?

EL JOVEN: Sí, desde que me empezaron.

DOÑA ENCARNITA:¿Y náuseas? ¿Siente náuseas?

EL JOVEN: Sí, también.

DOÑA ENCARNITA:¿Cómo si estuviera embarazado?

EL JOVEN: No lo sé.

DOÑA ENCARNITA:¿Qué no lo sabe?

EL JOVEN: Como nunca he estado embarazado…

DOÑA ENCARNITA: Ni falta que le hace, joven… ¡Se pasa horrible!

EL JOVEN: Por favor, dígame la verdad… ¿Usted cree que soy víctima de la epidemia de que me habló antes?

DOÑA ENCARNITA:¿Yo le hablé de la epidemia?

EL JOVEN: Sí, señora, la de la atmósfera seca… ¿Por qué no me responde?

DOÑA ENCARNITA: Yo no soy médico. Claro que, hablando de médicos, hay médicos y médicos…

EL JOVEN:¿Qué quiere decir?

DOÑA ENCARNITA: Quiero decir que hay médicos a los que deberían retirarles el título a perpetuidad, como el que trató a mi pobre sobrina Loli… ¡Sí usted supiera lo que le dijo después de estudiar un montón de análisis y cuatro o cinco kilos de radiografías!... ¡Si usted supiera lo que le dijo a mi sobrina!

EL JOVEN: ¿Qué le dijo?

DOÑA ENCARNITA:¡El muy sinvergüenza!

EL JOVEN: Señora…

DOÑA ENCARNITA:¡El muy cretino!

EL JOVEN: Por favor…

DOÑA ENCARNITA:¡El muy desnaturalizado!

EL JOVEN: Pero…, pero…

DOÑA ENCARNITA:¡El muy rebenque!

EL JOVEN: Pero…pero, ¿qué le dijo?

DOÑA ENCARNITA: Aquel mataperros le dijo…

EL JOVEN: ¿Sí…?

DOÑA ENCARNITA: Le dijo… ¡Ay!, ¿de quién estaba hablando?

EL JOVEN: Del médico que atendió a su sobrina…

DOÑA ENCARNITA: Ah, sí, le dijo: “Loli, ve tranquila a tu casa. Olvídate de los dolores de cabeza, de las náuseas, de los escozores en los pies y de todas esas cosas, porque estás como una rosa”… Me parece verla llegar a casa feliz y radiante de alegría, gritando: “Tía, tía, el médico me ha dicho que estoy como una rosa!”… (Pausa) Aquella misma noche la rosa se marchitó…

EL JOVEN: ¿Cómo?

DOÑA ENCARNITA: Que la pobrecita la palmó.

EL JOVEN: ¿Se…se…se…murió?

DOÑA ENCARNITA:¡Se murió!... Joven, ¿es usted casado?

EL JOVEN: Sí señora.

DOÑA ENCARNITA: ¿Hijos?

EL JOVEN: La parejita. El varón tiene dos añitos y medio y la hembra…

DOÑA ENCARNITA: (Cortándole) Y los papeles, ¿cómo tiene los papeles?

EL JOVEN: ¿Los papeles?

DOÑA ENCARNITA: Le pregunto si los tiene en regla.

EL JOVEN: Creo que sí… El carné de identidad… el carné de conducir… el seguro del coche… las letras del vídeo, del lavaplatos…

DOÑA ENCARNITA:(Interrumpiéndole) ¿Y qué me dice del testamento?

EL JOVEN: ¿El testamento? ¿Qué testamento?

DOÑA ENCARNITA:¿Qué testamento va a ser? ¡El suyo!

EL JOVEN: ¿Mi… testamento?

DOÑA ENCARNITA: Mi sobrina Loli murió sin testar, ¡y se armaron unos líos! No puedo creer que usted, con todos esos síntomas que padece, no se le haya ocurrido hacer testamento.

EL JOVEN: Pues no…

DOÑA ENCARNITA:¡Ah, los jóvenes de hoy, qué poco previsores! ¿Quiere un consejo? Tan pronto salga de esta consulta, vaya a un notario. ¡Vaya a un notario sin perder un segundo!, porque al final, joven, el final nos llega cuando menos lo esperamos… Pero, ¿qué le pasa? ¡Esta sudando! ¡Y se ha puesto más pálido todavía!

EL JOVEN: ¿Usted cree?

DOÑA ENCARNITA:¿Y los labios? ¡Si viera cómo tiene los labios!... No, mejor es que no se vea. ¿Se siente mal, joven?

EL JOVEN: ¡Ay, madre, qué fatiguitas tengo!

DOÑA ENCARNITA: No se asuste, hombre. Ya verá como el médico le dice que no tiene nada.

EL JOVEN: Sí, como a su sobrina Loli.

DOÑA ENCARNITA: Pero usted es un hombre fuerte, vigoroso…

EL JOVEN: ¡Si apenas puedo tragar!... De repente se me ha puesto una cosa aquí, en la garganta….

Doña Encarnita:¿Cómo un huevito de paloma?

El joven: ¡Más bien de avestruz!... ¿A su sobrina también le pasó eso?

Doña Encarnita: Sí, pero a ella el huevito se lo descubrieron cuando le hicieron la autopsia.

EL JOVEN: ¡¿La autopsia?! ¿Ha dicho la autopsia? ¡Nooo! ¡La autopsia no! ¡No permitiré que me hagan la autopsia!

DOÑA ENCARNITA: Pero, joven…

EL JOVEN: ¡No, señora, no lo permitiré!

DOÑA ENCARNITA:¡Por Dios bendito, cálmese! Después de todo, cuando se la hagan no va a enterarse… ¡Eh!, ¿qué hace…? ¡No se vaya!

EL JOVEN:(Alejándose aterrorizado) ¡La autopsia no!¡La autopsia no! ¡La autopsia no! (Sale)

DOÑA ENCARNITA:¡Joven, vuelva aquí! ¿No me oye? ¡Vuelva aquí enseguida!... (Pausa) ¡Qué barbaridad! En mi vida había visto un hombre más aprensivo… ¡Jesús, cómo se puso! Hay personas a las que no se les puede decir lo más mínimo… ¡Y cómo son las cosas! A mí, en cambio, me gusta que me digan la verdad de pe a pa, sin ocultaciones de ninguna clase… Si a mi pobre sobrina le hubieran dicho la verdad a tiempo, no le hubiera sorprendido la muerte así, tan de repente… ¡Pobrecita! ¡Pobrecita Loli! (Suspira y reanuda el punto)

ENFERMERA: (Entrando) Bueno, Encarnita, ha llegado tu turno. El doctor te está esperando. ¿Qué tal te encuentras hoy?

DOÑA ENCARNITA: ¡De maravilla!

ENFERMERA: Pero, ¡qué cosa tan linda estás haciendo!

DOÑA ENCARNITA:(Orgullosa) Es un suéter.

ENFERMERA: ¿Para ti?

DOÑA ENCARNITA: No, señorita.

ENFERMERA: Entonces, ¿para quién?

DOÑA ENCARNITA: Para mi sobrina Loli.

ENFERMERA: ¡Seguro que le va a encantar! Por cierto, acaba de llamar desde la oficina, para recordarte que no te vayas sin que ella venga a buscarte.

DOÑA ENCARNITA: No, señorita. No me iré, descuide. La esperaré aquí, sentadita, como hago siempre.

ENFERMERA: ¿Prometido?

DOÑA ENCARNITA: Prometido

ENFERMERA: ¿Vamos?

DOÑA ENCARNITA: Sí, sí, enseguida, enseguidita… Deje que guarde la labor, ¿sí?

UN PACIENTE: (Asomándose) Perdón…

ENFERMERA: Diga usted, señor.

UN PACIENTE: ¿Es aquí la consulta del otorrino?

ENFERMERA: ¿Del otorrino? No, señor. La consulta del otorrino es en la puerta de al lado… Esta es la consulta del psiquiatra…

 

(Oscuro rápido y TELÓN.)